CIENCIAS FÍSICAS Y NATURALES
Los perezosos de la prehistoria no eran tan lentos como los actuales
Así lo revelan recientes estudios sobre el oído y el cerebro de estos curiosos gigantes del pasado coordinados por el investigador del CONICET, Alberto Boscaini.
El perezoso suele ser el emblema de la lentitud. Los representantes vivos de este curioso grupo de mamíferos se encuentran en las selvas amazónicas, donde se desplazan con movimientos lentos en busca de alimentos. Y con sólo volver atrás en el tiempo unos miles de años, nos encontraríamos con una América poblada por decenas de especies de perezosos gigantes, algunas de las que podían alcanzar las tres o cuatro toneladas de peso. Alberto Boscaini es becario doctoral del CONICET en el Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (IANIGLA, CONICET-UNCuyo-Gob. Mza) y estudia la evolución de los perezosos gigantes que habitaron el continente americano.
“Estos mamíferos son exclusivos del continente americano y han atraído la atención de grandes naturalistas como Charles Darwin, que encontró numerosos fósiles en América del Sur, o Georges Cuvier y Richard Owen, que describieron los primeros hallazgos. Hoy en día, estos extraños animales siguen dando que hablar. Llaman la atención porque eran verdaderos colosos, capaces de adaptarse a los ambientes más diversos. De hecho, existían perezosos capaces de escalar paredes de roca y otros que nadaban en zonas costeras”, explica Boscaini.
En 2017, se hallaron en Brasil enormes túneles excavados por perezosos pleistocenos. Y recientemente, se descubrieron en Estados Unidos huellas de perezosos gigantes asociadas a huellas humanas, quizás testigos de una antigua cacería. “Los fósiles de este grupo de animales han sido estudiados en detalle, pero todavía hay muchas preguntas sobre su anatomía y ecología”, describe el paleontólogo.
Por primera vez, un grupo internacional de investigadores, coordinado por Boscaini, pudo reconstruir en tres dimensiones el cerebro y el oído interno de un perezoso gigante de la especie Glossotherium robustum, conservado en el Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” (MACN) de Buenos Aires. De los órganos sensoriales de estos animales se sabía poco o nada: hoy, gracias a la aplicación de técnicas médicas como la tomografía computada, fue posible reconstruir digitalmente el fósil y elaborarlo con programas informáticos específicos.
“Gracias a la cooperación entre el CONICET y la Universidad La Sapienza de Roma y con el apoyo de la clínica FUESMEN (Fundación Escuela Medicina Nuclear) de Mendoza, hemos podido obtener reconstrucciones fieles del cerebro y otras estructuras que nunca habían sido observadas anteriormente. Entre ellas se han podido observar los vasos sanguíneos, los nervios, la neumaticidad (los espacios vacíos en el cráneo) y el oído interno”, detalla el especialista.
“El oído interno de los mamíferos cumple un importante papel en el control del equilibrio y en general, en la locomoción. Estudiando esta región anatómica del perezoso gigante detectamos importantes diferencias con los perezosos actuales y más similitudes con los grandes mamíferos terrestres modernos”, continúa.
Los investigadores dedujeron que su nivel de agilidad tenía que ser más parecida a la de un hipopótamo o a la de un rinoceronte, ambos de gran tamaño, pero capaces de movimientos ágiles. “En plena carrera estos animales pueden ir más rápido que un ser humano”, resalta Boscaini.
Gracias al detalle de las reconstrucciones del modelo 3D, los investigadores pudieron estudiar el cerebro, así como el recorrido de los vasos sanguíneos y de los nervios craneanos. Estos datos fueron comparados con los de los perezosos actuales, evidenciando el enorme desarrollo de los nervios que se originan en la parte anterior del cerebro del perezoso extinto. Los paleontólogos han supuesto entonces que el morro de Glossotherium era extremadamente sensitivo.
“Probablemente estos perezosos gigantes tenían labios semiprensiles, parecidos a los de los actuales rinocerontes, jirafas y bóvidos con los que seleccionaban y arrancaban vegetales. Los miembros anteriores, con sus enormes garras, estaban probablemente más adaptados a la excavación que al agarre de precisión”, detalla el paleontólogo.
Estos son sólo algunos de los aspectos biológicos de estos gigantes extintos que los investigadores han podido reconstruir gracias a los precisos datos escondidos en el cráneo y revelados por las gráficas 3D. Las investigaciones continúan y muchas otras especies están actualmente en fase de estudio.