CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES

La construcción de las escuelas rurales impulsó el desarrollo territorial y la industria local

Durante el siglo XX, fueron un lugar propicio para la experimentación de la arquitectura escolar en el país. Su holgura y su versatilidad animan a volver sobre ellas a la hora de revisar normativas, proyectos pedagógicos y edificios escolares. Columna del Comité de Divulgación Científica del INCIHUSA.


Escuela rural en Suipacha, provincia de Buenos Aires, proyectada por Eduardo Sacriste. Fuente: Revista de Arquitectura, n. 277, 1944. Gentileza investigadora.
Escuela Aristóbulo del Valle, Misiones, construida según un proyecto tipo de los arquitectos Mario Soto y Raúl Rivarola. Fuente: Archivo Histórico de la Sociedad Central de Arquitectos. Gentileza investigadora.
Escuela rural construida según el Sistema ER-66. Fuente Summa, n.17, 1969. Gentileza investigadora.
Escuela Francisco Arias de Lavalle, construida según un proyecto tipo de escuela provincial de los arquitectos Manuel y Arturo Civit. Fuente: Archivo Histórico de la Escuela Francisco Arias de Lavalle. Gentileza investigadora.

Por: Isabel Durá Gúrpide (INCIHUSA-CONICET/UNCUYO) y Daniela Cattaneo (CURDIUR. CONICET-UNR)

Desde las primeras décadas del siglo XX, el ámbito rural fue un medio privilegiado donde convergieron exploraciones en torno a la arquitectura moderna, postulados educativos y soluciones modelo con sistemas constructivos estandarizados. La construcción de las escuelas rurales acompañó también al desarrollo territorial, siendo demostración –e incluso motivación– de sus transformaciones.

La mayoría de las escuelas rurales de Mendoza que funcionan en la actualidad fueron creadas en la primera mitad del siglo XX. Muchas de ellas fueron solicitadas por pobladores locales al gobierno nacional o provincial y fueron frecuentes las contribuciones de propietarios de emprendimientos con terrenos y/o locales para su funcionamiento. Se trató, en sus orígenes, de construcciones ejecutadas con materiales y técnicas locales –muros de adobe y cubiertas de barro y caña– que se veían gravemente afectadas por las inclemencias climáticas, como granizo, viento zonda y sismos, lo que obligaba a continuas reparaciones y traslados de lugar. Paulatinamente, el Estado –nacional o provincial– atendió a la promoción de edificios escolares apropiados para hacerse presente en el territorio con construcciones sólidas y sismorresistentes que se destacaron entre la arquitectura local.

El gobierno provincial de Mendoza construyó sus primeras escuelas rurales en 1928. A diferencia de las monumentales “escuelas-palacio” de los entornos urbanos, estos establecimientos fueron integrados al paisaje y de una escala más próxima a lo doméstico. A partir de 1934, en el marco de un plan provincial de edificación de escuelas, los arquitectos Arturo y Manuel Civit construyeron en el ámbito rural de Mendoza escuelas racionalistas, en línea con la arquitectura que habían conocido en su viaje de estudios a Centroeuropa. Estas escuelas llevaron al medio rural tecnologías constructivas modernas a través del empleo de prototipos, las recomendaciones higienistas inherentes a ventilación cruzada e iluminación abundante y uniforme, y el diseño de un aula con varios espacios anexos que permitían el desarrollo simultáneo de distintas actividades educativas, en consonancia con las necesidades de la pedagogía moderna.

En el contexto nacional, muchas de las escuelas rurales se ejecutaron bajo el amparo de la Ley Láinez, que fomentó la creación de escuelas nacionales en provincias. Algunas de ellas se realizaron con recursos, técnicas y mano de obra de cada localidad; otras, según proyectos modelo enviados por el Consejo Nacional de Educación, y algunas otras resultaron de encargos a arquitectos particulares, que se convirtieron en referentes de la disciplina. Es el caso de la escuela nacional de Suipacha en la provincia de Buenos Aires (1943), del reconocido arquitecto argentino Eduardo Sacriste, que fue publicada en la Revista de Arquitectura, una publicación nacional de amplia difusión.

En la década de 1950, la construcción de escuelas rurales acompañó también al proceso de provincialización en casos como el de Misiones, con el propósito de extender la infraestructura educativa en el territorio, pero también de impulsar la industria local. En 1956, el gobierno provincial de Misiones convocó a un concurso de arquitectura para la construcción de escuelas primarias en localidades de mediana escala dedicadas principalmente a la industria maderera que, además de resolver las necesidades educativas, debían emplear la madera como principal material constructivo con el propósito de desarrollar soluciones para edificación. El primer premio lo obtuvieron los arquitectos Mario Soto y Raúl Rivarola con una propuesta que consistió en un único proyecto tipo. Los arquitectos definieron una escuela en planta baja, con aulas abiertas a patios y galerías, con especial atención al clima local (orientación, incorporación de elementos de protección, etc.), que aportaba soluciones constructivas sencillas y novedosas a partir de materiales locales.

La construcción de escuelas rurales fue también un campo para el trabajo vinculado entre técnicos locales e instituciones internacionales en la década de 1960. En 1965, el gobierno nacional emprendió el Plan Nacional de Construcciones Escolares elaborado por un equipo de funcionarios locales y asesores de la Unesco y del Centro Regional de Construcciones Escolares para América Latina. Se atendió con prioridad a la escuela rural y se definieron los proyectos tipo ER-65 y ER-66, que incorporaron una solución constructiva que combinaba elementos estructurales prefabricados y cerramientos de materiales y técnicas de la zona.

En el caso de Mendoza, para esos años hay que mencionar el plan de construcciones escolares –o Plan Integral– que la provincia emprendió en 1961. Apoyado en las recomendaciones de la Unesco, este plan buscó definir un nuevo tipo de escuela vinculado al desarrollo provincial, su constante crecimiento demográfico y el incremento de su capacidad industrial.

La mayor parte de las escuelas rurales de ese plan continúan funcionando en el presente como instituciones educativas. Los edificios, en su devenir desde su ejecución, han pasado por ampliaciones, adaptaciones y modificaciones, en sintonía con procesos e injerencias locales, regionales, provinciales y nacionales. En particular, la creación en 2006 de la modalidad de educación rural le otorgó identidad y la posibilidad de desarrollar políticas públicas dirigidas específicamente a este sector. Además, la pandemia mundial de COVID-19 puso en evidencia la potencialidad de la escuela rural como portadora de respuestas probadas y sostenidas en el tiempo, atendiendo a variables higiénicas –ventilación, asoleamiento, holgura espacial, conexión con el aire libre–, arquitectónicas –espacios amplios y polifuncionales, articulación interior-exterior, empleo de mano de obra y materiales del lugar– y pedagógicas –no gradualidad, plurigrados, jornada extendida, alternancia–. La holgura y la versatilidad que distingue a las escuelas rurales por sobre muchas de las escuelas urbanas animan a volver sobre ellas a la hora de la revisión de normativas, proyectos pedagógicos y edificios escolares desde el presente.

Es importante remarcar la importancia de las escuelas rurales en sus comunidades a través del tiempo. En ellas, no solo se imparte instrucción pública a la población escolar, sino que han operado a lo largo de las décadas como centros de sociabilidad, como lugares de encuentro y cohesión social, constituyéndose en su devenir en polos de cultura. En este sentido, y atendiendo al valor simbólico, material y territorial de sus edificios, resultaría un aporte pensarlas en su vinculación a una red educativo-cultural de mayor escala, en tanto instrumentos de gran potencial para el desarrollo local y regional.

Fuente: Comité de Divulgación Científica del Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA-CONICET).