CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES
Cómo se celebraba el día de los muertos en Mendoza
Entre fines del siglo XIX y principios del XX, la población mendocina celebraba cada 2 de noviembre el Día de los Muertos. Los familiares y deudos asistían a los cementerios para homenajear la memoria de sus difuntos.
Entre fines del siglo XIX y principios del XX, la población mendocina celebraba cada 2 de noviembre el Día de los Muertos. Los familiares y deudos asistían a los cementerios para homenajear la memoria de sus difuntos. Este espacio se convertía en una verdadera romería de carruajes y peatones de todas las edades, sexos y nacionalidades. Las mujeres asistían enlutadas con la típica “alfombrita”. Allí, ante la tumba de los muertos queridos, recitaban las plegarías cristianas, junto a la vacilante llama de las bujías, y dejaban pruebas de cariño que consistían en ramos y coronas de diversas formas, dimensiones y materiales.
También los religiosos asistían al cementerio y participaban recitando responsos, los cuales consistían en una oración compuesta de secuencias de Padre Nuestro y Ave María, en beneficio del alma del difunto y para disminuir su instancia en el Purgatorio. Todo esto costaba centavos y cuando el sacerdote pronunciaba las preces era rodeado por personas de diversos sectores, quienes lo acompañaban con fervorosos rezos. Además, se celebraban misas cantadas en capillas improvisadas en el establecimiento. A las oraciones se sumaban otras prácticas, como los novenarios y los solemnes funerales que se realizaban durante varios días en todas las iglesias y parroquias de Ciudad y de los departamentos de campaña.
Durante la celebración, los parientes ataviaban las tumbas con coronas de mostacillas negras, lilas o blancas, y flores como pensamientos morados o rosas blancas naturales o artificiales, mientras que las de los angelitos se ornamentaban con guirnaldas de flores blancas, ya que eran emblema de inocencia y pureza.
Los sepulcros pertenecientes a los sectores más acomodados de la sociedad se encontraban lujosamente adornados y presentaban el aspecto de capillas ardientes. Eran cubiertos con coronas de flores, cruces y emblemas violetas, velas y cirios colocados en candeleros de cristal, metal o cobre que alumbraban estos “monumentos”. Algunos de los panteones permanecían abiertos y sobre los altares se colocaban blancos manteles e imágenes de Cristo.
A los sufragios postmortem, que incluían el encendido de velas, oraciones, ayuno y dedicación de misas en ocasiones convencionales, se sumaban otros como el luto que debían llevar los familiares o allegados del difunto, además de las privaciones a las que debían someterse durante el período de duelo. Estas prácticas, realizadas en el marco de la celebración del “Día de los Difuntos”, tenían como uno de los principales objetivos conmemorar la memoria de aquellos que ya no estaban pero principalmente buscaban acelerar su estadía en el “Purgatorio”, doctrina que aún seguía vigente en el imaginario social de la época. La población, que tenía una participación activa en el mundo de los muertos, desplegó una parafernalia barroca para ayudar a sus muertos en el transito hacía el “Paraíso” y así otorgarles un descanso eterno.
Algunas de estas costumbres se fueron perdiendo progresivamente a lo largo del tiempo. La concurrencia al cementerio ha disminuido, ya no se asiste vestido de luto con las típicas “alfombritas” a ornamentar las tumbas de los muertos. Sólo en algunas ocasiones se concurre vestido con ropa cotidiana y con un simple ramo de flores a homenajear unos minutos a quienes ya no están.
Por: Rosana Aguerregaray Castiglione – becaria doctoral del CONICET en el INCIHUSA