CIENCIAS EXACTAS Y NATURALES

Día Mundial de las Abejas: una fecha para destacar y preservar a las principales polinizadoras del planeta

Cada 20 de mayo se busca sensibilizar acerca del esencial rol de este insecto, cuya labor impacta sobre el 75 por ciento de los alimentos que se consumen. Una investigadora y un becario del CONICET reflexionan sobre su importancia y los peligros que acechan su supervivencia.


En Argentina, la principal producción de la apicultura es la miel, que se exporta en un 95%. En otros países, la mayor explotación es el servicio de polinización. FOTOS: CONICET Fotografía/ Rayelen Baridon.

Miel y picaduras son las dos principales palabras que el común de la gente asocia rápidamente a las abejas, reduciendo escandalosamente lo que en verdad encarnan y representan como especie, no solo al nivel de la fauna sino de la biodiversidad toda. “Las abejas cumplen un montón de funciones beneficiosas para el ambiente y los seres humanos, y generan gran variedad de productos, pero estas cuestiones son poco conocidas”, señala María Emilia Bravi, investigadora del CONICET en la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad Nacional de La Plata (FCV, UNLP), reivindicando el valor del Día Mundial de las Abejas como una oportunidad para aprender más acerca de este insecto y su importancia a nivel global. Cabe mencionar que la fecha se celebra cada 20 de mayo desde 2018 a iniciativa de las Naciones Unidas, y el lema este año es “Compromiso con las abejas de la mano con la juventud”, en una apuesta por instalar el tema en las nuevas generaciones por su responsabilidad en el cuidado del ambiente, en tanto serán los adultos del mañana.

Hay una cifra que ilustra con fiereza esta cuestión: según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), el 75 por ciento de los alimentos están afectados directa o indirectamente por la producción apícola, fundamentalmente por la polinización, el proceso ecológico de fecundación de las plantas por la transferencia de granos de polen entre las partes masculina y femenina de las flores. “Muchísimos cultivos aumentan su producción gracias a la polinización, y difícilmente las personas somos conscientes de eso y de lo mucho que bajarían los rendimientos si no existiesen las abejas”, expresa Bravi, a lo que su colega y becario del CONICET también en la FCV Marcos Salina añade: “Incluso en otros productos como la carne, que a priori parecería que no tiene nada que ver, en realidad el pastizal del que se alimenta el ganado aumenta significativamente en cantidad y calidad nutricional cuando es polinizado, y por ende tiene una implicancia en ese sector también”.

En cuanto a este rol ecológico, ambos especialistas coinciden en que está mucho más explotado en otros países mediante lo que se conoce como servicio de polinización, aunque en la Argentina también hay algunas experiencias incipientes, por ejemplo en Mar del Plata o en el Alto Valle del río Negro. Se trata de la contratación de apicultores para el traslado e instalación de colmenas en zonas de cultivos puntuales durante una temporada para lograr una polinización natural. Por la logística que implica, esta actividad tiene un rendimiento económico para el apicultor mayor al de la producción de miel. Esta última, sin embargo, es la estrella del sector en nuestro país, y no sin fundamentos: con más de 3 millones y medio de colmenas y 15 mil productores registrados, se extraen unas 76 mil toneladas de miel por año, de las cuales aproximadamente el 95 por ciento se exporta, según datos oficiales, en los que también puede leerse que el país ocupa el segundo puesto como exportador mundial, detrás de China.

“La miel argentina es de excelencia y reconocida mundialmente; para su comercialización en el exterior, se la somete a análisis muy exhaustivos que buscan descartar tanto la presencia de residuos de antibióticos y de distintos contaminantes como de adulteraciones por medio de azúcares o jarabes”, explica Salina, y continúa: “Es la geografía tan rica y diversa la que hace que tengamos mieles de diferentes sabores, colores, olores y texturas”. La pampa húmeda y sus pastizales naturales son, por lejos, el mejor ambiente para el trabajo de las abejas gracias a la cantidad y diversidad de flores que van brotando de manera encadenada, es decir, una especie detrás de la otra, cubriendo todo el año e, incluso, los períodos de sequías gracias a las flores de los cardos. Esta región aglutina al 72 por ciento de las colmenas del país, repartidas en las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos, de donde se extraen mieles de las más nutritivas y en grandes cantidades: una buena temporada puede arrojar entre 35 y 50 kilos de miel por colmena al año.

Además de este modelo conocido como “fijista”, en que los colmenares permanecen solo en una zona, existe también el “trashumante”, en general propio de producciones más intensivas, y que funcionan trasladando las colmenas a distintos puntos del país de acuerdo a las temporadas, teniendo en cuenta que la apicultura es una actividad estacionaria propia de los momentos de floración, que las abejas aprovechan al máximo para producir reservas de miel que les sirven para pasar el invierno. En algunas partes, se aprovechan ciertos cultivos para polinizar de manera exclusiva y de ese modo darle valor agregado a las mieles que se extraigan, ya que cada planta incide en el sabor final. Un ejemplo es la miel de limón. “En cuanto a volúmenes, lo que predomina en la Argentina son las producciones a pequeña escala, generalmente de la agricultura familiar, que van de las 10 a las 100 colmenas; y la de mediana, con hasta 800 o inclusive 1.200 colmenas. De allí para arriba ya es necesario contar con mano de obra calificada y tecnificación”, detalla Bravi.

Pero hay un lado B en esta historia, y la efeméride también busca darlo a conocer: los peligros que acechan la supervivencia de las abejas. “Son múltiples factores, pero sin duda la degradación de los ambientes naturales es de los más importantes”, sentencian los especialistas. Y es que se trata de una situación que resulta en la pérdida de diversidad floral, lo cual se traduce en un déficit en la disponibilidad de nutrientes para las abejas que a su vez trae aparejada una baja en el sistema inmune de la colmena, debilitando su salud. En este sentido, la principal amenaza, no solo en el país sino a nivel mundial, es un ácaro llamado Varroa destructor que afecta a las abejas en todos sus estadios, principalmente los de larva y pupa. Se trata de un ectoparásito, es decir un parásito externo, que se alimenta del cuerpo graso, un órgano que en los insectos cumple una función similar al hígado humano. “Las abejas jóvenes se debilitan y descuidan a las crías, que terminan muriendo, y rápidamente se reduce la población de la colmena, perjudicando la producción de miel”, explica Salina.

Por si fuera poco, este parásito es vector de distintos virus, entre ellos dos particularmente dañinos para las abejas: el virus de las alas deformadas, que atrofia y deforma esas extremidades; y el de la cría ensacada, que inhibe el desarrollo de las larvas y provoca su muerte “encerradas” en la muda, antes de pasar a pupas. “Existe un protocolo para medir el nivel de infestación, y de acuerdo al resultado se hacen dos o más tratamientos por año, consistentes en la aplicación de acaricidas en momentos puntuales para no afectar la producción de miel”, añade el experto. Pero no es una solución mágica: cada vez con mayor frecuencia se registran niveles de resistencia a estos productos, por eso también se extiende el uso de acaricidas orgánicos como el ácido oxálico, una sustancia con acción sobre el metabolismo del ácaro que está presente naturalmente en la miel. Por último, la aplicación aérea de agroquímicos en zonas agrícolas es otro factor que afecta a las colmenas toda vez que se produce sin avisar a las autoridades con antelación, tal y como establecen las reglamentaciones provinciales o municipales.

Además de la miel que, cabe aclarar, las abejas producen como alimento para ellas mismas y es apenas el excedente lo que se extrae para consumo humano, de las colmenas también se obtiene polen, jalea real, cera y propóleos, todos productos que se explotan y venden. Aunque en Argentina esa producción es mínima, existen proyectos puntuales que, poco a poco, comienzan a explorarlos. Los propóleos, por ejemplo, son una resina obtenida por las abejas de las yemas de ciertos árboles, que posee potentes propiedades antisépticas y que ellas utilizan para sanitizar el interior de la colmena. Además de estar contenido en jarabes y caramelos para el dolor de garganta, actualmente van ganando terreno en la industria cosmética, donde se integran a cremas y ungüentos. “Más allá de su mayor o menor popularidad, todos los productos que salen de la colmena son excelentes. En particular la miel argentina es de calidad superior y cien por ciento natural: tal cual la fabrican las abejas, llega al consumidor”, concluyen.

Por Mercedes Benialgo – Área de Comunicación del CCT La Plata